Desde que era niña, Samantha Cristoforetti anhelaba viajar al espacio. Ahora, comparte el asombro cósmico con sus compañeros terrícolas.
En cierto modo, es como cualquier otra reunión de Rotary.
Decenas de socios del Club Rotario de Köln am Rhein se reúnen un agradable lunes por la tarde en uno de los famosos edificios de oficinas Kranhäus, joyas arquitectónicas en forma de L invertida al lado del río Rin, con las torres de la catedral de Colonia visibles a lo lejos. Está previsto que la oradora, una socia del club fuera de este mundo, ofrezca a los rotarios una visita virtual de su lugar de trabajo. Su conexión Wi-Fi es delicada, y los socios del club esperan con entusiasmo.
Por fin aparece, y es entonces cuando este encuentro toma un giro definitivamente distinto. Esto se debe a que Samantha Cristoforetti, astronauta abordo de la Estación Espacial Internacional, está flotando.
Cristoforetti lleva cuatro meses en la estación espacial, una nave de investigación del tamaño de una casa de seis habitaciones que orbita la Tierra cada 90 minutos. La gravedad da forma a su pelo, lo que pondría celoso a cualquier rockero metalero de los años 80. Ella responde a las preguntas y asombra a los socios del club con sus vistas cósmicas. «La mayoría de las veces intento conectarme a las reuniones desde la cúpula, porque desde allí les puedo mostrar la Tierra desde las ventanas», dice en una entrevista con la revista Rotary.
Los objetos personales de los astronautas se controlan rigurosamente; deben cumplir un estricto límite de peso de solo 1,5 kilos en total. Entre sus selectos objetos, Cristoforetti incluyó el banderín rojiblanco del Club Rotario de Köln am Rhein. Al término de la reunión, sus compañeros le dan las gracias con un estruendoso aplauso.
Rueda hacia atrás alejándose de la cámara, dejando el banderín del club en pantalla flotando detrás de ella.
El viaje de Cristoforetti al espacio comenzó durante su infancia en un pequeño pueblo de los Alpes italianos. Su gusto por la aventura se despertó en los veranos que pasaba en los bosques con sus primos y en los inviernos esquiando. Pero fueron sus viajes en libros, leídos en secreto bajo las sábanas a la hora de dormir, los que prepararon su imaginación para su meteórico ascenso. «Dudo que hoy fuera astronauta si no hubiera subido una escalera a la Luna hace muchos años, (...) si no hubiera viajado hasta China con Marco Polo o librado batallas épicas al lado del pirata Sandokán», recuerda en su libro de 2018, Diary of an Apprentice Astronaut (Diario de una aprendiz de astronauta).
Cuando tenía 17 años y cursaba el último año de enseñanza media, viajó a St. Paul, Minnesota (EE. UU.) como estudiante de intercambio. «Ya me fascinaban los vuelos espaciales. Me encantaba el show de televisión Star Trek», dice. «Todo eso se centraba en Estados Unidos». Un día, mientras comía fuera con su madre de acogida, las dos vieron un anuncio de un campamento espacial en Huntsville (Alabama). Cristoforetti estaba encantada de asistir a ese campamento. En el Campamento Espacial estudió el transbordador espacial y simuló una misión de 24 horas. «Pude participar y pretender ser un astronauta durante una semana», cuenta. «Me acercó mucho más a todo el tema espacial».
Paso a paso hacia el espacio exterior
Cuando regresó a casa, emprendió un segundo viaje, el de adquirir los conocimientos necesarios para convertirse en astronauta, en caso que se presentara esa rara oportunidad. Estudió ingeniería y se convirtió en una de las primeras mujeres piloto de combate de las Fuerzas Aéreas italianas. «No diría que estoy obsesionada», dice. «Siempre me ha gustado aprender y hacer lo que hago en determinado momento. Pero siempre tuve presente mi sueño».
Cristoforetti se probó un traje espacial ruso en el centro de entrenamiento, donde también simuló un paseo espacial bajo el agua. Fotografía: Centro de Entrenamiento de Cosmonautas Gagarin
La Agencia Espacial Europea solo había reclutado candidatos a astronauta en dos ocasiones anteriores, la última a principios de la década de 1990, cuando Cristoforetti era un adolescente. Así que cuando la agencia anunció que aceptaba solicitudes en 2008, supo que era la oportunidad de su vida.
Junto con otros 8412 aspirantes cualificados, se esforzó por superar el proceso de selección de astronautas, que incluía pruebas de aptitud, evaluaciones psicológicas, exámenes médicos y entrevistas. Repasó sus conocimientos de ruso con un libro de audio de Harry Potter.
(«Todavía tengo un pequeño pero envidiable vocabulario de términos mágicos rusos», escribe en su libro). Por fin recibió la noticia que tanto había esperado y que le permitiría cumplir su sueño de la infancia. Cuando recibes la llamada que te dice que te han seleccionado, piensas: «¿qué posibilidades hay de que esto ocurra realmente?»
En septiembre de 2009 comenzó a entrenarse para misiones a la Estación Espacial Internacional. Para entrenarse en paseos espaciales, practicó bajo el agua para simular la ingravidez. Le ajustaron los trajes espaciales rusos y estadounidenses; solo para los guantes estadounidenses necesitó 26 medidas. Y se preparó para emergencias que esperaba que nunca ocurrieran: pequeños percances en el lugar de trabajo, como soltarse de la estación espacial y salir flotando.
Fue durante uno de estos entrenamientos que Bernd Böttiger, socio del Club Rotario de Köln am Rhein, conoció a Cristoforetti. Böttiger, especialista de renombre internacional en medicina de urgencia, enseña a los astronautas procedimientos de reanimación en caso de emergencia en la estación espacial. «Ella me impresionó por ser extremadamente positiva, extremadamente fuerte, extremadamente directa y extremadamente centrada», afirma. «Me es fácil imaginar cómo la encontraron entre los miles de candidatos».
En noviembre de 2014, después de lo que sintió que fueron años luz de entrenamiento, Cristoforetti estaba lista para lanzarse al espacio.
Lograr el despegue
«Pusk», dice la voz de la radio en la plataforma de lanzamiento de Baikonur (Kazajstán). Comenzar. El combustible comienza a fluir hacia las cámaras de combustión de la nave espacial rusa Soyuz TMA-15M.
«Zazhiganiye». Encendido.
«¡Poyekhali!» ¡Vamos! grita el comandante de la tripulación, Anton Shkaplerov. Cristoforetti y su compañero de tripulación Terry Virts se unen a su grito mientras se catapultan en el aire con una repentina sacudida. Es lo mismo que han gritado los cosmonautas desde que Yuri Gagarin, el primer humano en el espacio, lo hiciera en abril de 1961.
Las tripulaciones que vuelan al espacio celebran rituales que superan incluso las antiguas tradiciones rotarias conocidas por los socios. En los días previos al despegue, detalla Cristoforetti en su libro, las tradiciones incluyen la proyección de una película de la era soviética, la plantación de un árbol en el Paseo de los Cosmonautas y un brindis con jugo de frutas. Los miembros de la tripulación firman sus nombres en las puertas de sus habitaciones de hotel, reciben rociadas de agua bendita de un sacerdote ortodoxo y salen hacia el autobús que les llevará al lugar de lanzamiento al son de la famosa canción de rock rusa «Trava u Doma», o «El césped cerca de casa». Y esto les sonará familiar a los socios de Rotary: Una vez a bordo de la estación espacial, los nuevos astronautas reciben una insignia, para marcar su pertenencia a un club de élite.
A medida que pasan los segundos en la Soyuz, Cristoforetti y sus compañeros se ven apretujados en sus asientos con mayor fuerza hasta que, unos nueve minutos después, los motores se apagan al alcanzar la órbita. «Con sus gruesos guantes, mis manos cuelgan más o menos a la altura de los ojos, como si no estuvieran unidas a mí», escribe en su libro sobre ese momento. «En un vuelco inmediato que va en contra de millones de años de memoria corporal, tengo que hacer un esfuerzo para mantenerlas contra mi cuerpo».
Llegan a la estación espacial en unas seis horas y, tras un par de horas de trámites, se abre la escotilla entre la nave Soyuz y la estación de investigación. Con un suave empujón de Shkaplerov, Cristoforetti se abre paso. Es «como un segundo nacimiento», como ella lo describe, «uno de esos raros puntos de conexión entre el pasado y el futuro». Con ello, se convierte en la 216ª persona en vivir en la estación espacial.
Una serie de «primeras veces»
Desde que la primera tripulación, formada por un estadounidense y dos rusos, llegara en el año 2000, la Estación Espacial Internacional ha estado habitada ininterrumpidamente por astronautas de 23 países en algo parecido a una carrera de relevos, durante 24 años. Cristoforetti ha participado en dos misiones, la primera de noviembre de 2014 a junio de 2015, en aquel momento la más larga de la historia para una mujer en el espacio, con 200 días; la segunda, de abril a octubre de 2022, que incluyó un par de semanas como comandante de la estación espacial, lo que la convirtió en la primera mujer europea en ocupar ese cargo.
Cristoforetti se adaptó a todas las «primeras veces» en el espacio: su primera vez durmiendo en el espacio (optó por no atarse a la pared con cuerdas elásticas y flotar libremente en su camarote de la tripulación, del tamaño de una cabina telefónica); su primera comida (huevos revueltos y avena, que puso a flote para poder masticarlos en el aire); su primera ida al baño (gracias al reciclaje de la orina, «el café de ayer se convierte en el café de mañana», escribe en su libro). Luego se dedicó a ser astronauta.
El horario de trabajo es de 7:00 a 19:00 horas aproximadamente y comienza con una reunión matinal. La estación es ante todo una embarcación de investigación científica. Durante sus misiones, Cristoforetti ha contribuido a la investigación en temas de salud como el efecto del ruido en la audición, el mantenimiento del tono muscular y la osteoporosis, así como en otras áreas de la ciencia como la física de las emulsiones y las propiedades de los metales.
Los astronautas son los encargados de mantener la estación espacial en funcionamiento, con tareas como la limpieza (incluso en el espacio hay que pasar la aspiradora), el mantenimiento y la carga y descarga de los vehículos de carga. También se les exige que hagan 2 horas y media diarias de ejercicio físico para evitar la pérdida de masa ósea y muscular. Se intercalan reuniones con su jefe, controlador de vuelo, médico o psicólogo. Cuando terminan su trabajo, pueden llamar a casa o disfrutar de la vista desde la cúpula, uno de los pasatiempos favoritos de Cristoforetti.
«A veces hay semanas muy ajetreadas en las que estás trabajando todo el tiempo y saltando de una tarea a otra. Te olvidas literalmente de que estás en el espacio», dice. «Flotar es su forma normal de locomoción. Te olvidas de lo que se siente al sentarse o al caminar».
Aun así, conservó su sentido del asombro. En uno de los últimos días de su primera misión, recuerda haber visto nubes noctilucentes, un tipo poco frecuente de nubes de gran altitud que emocionan a los observadores del cielo con volutas de un azul intenso. «Llevaba más de medio año en el espacio, así que uno pudiera pensar que para entonces ya estas un poco hastiado, pero solo pensé: 'Dios mío, aquí están'».
En su segunda misión, Cristoforetti participó en una «actividad extravehicular» de siete horas, lo que el resto de nosotros conocemos como caminata espacial, la primera realizada por una mujer europea. Ella y un compañero de tripulación ruso desplegaron 10 nanosatélites como parte de un experimento y trabajaron en un brazo robótico fijado al exterior de la estación espacial que ayuda a los astronautas en las tareas de mantenimiento.
«Es abrumador, exigente psicológica y físicamente, sobre todo si eres una mujer pequeña como yo», explica. «Es pura concentración y fuerza de voluntad mientras lo haces, y luego, una vez que terminas, puedes realmente asimilarlo. Haber podido hacer esto al fin, me dio una sensación de logro. Solo la experiencia de salir de la nave, fue increíble».
En el espacio, los días de los astronautas son programados por otros; no hay que correr al supermercado ni luchar contra el tráfico. Una vez de vuelta en la Tierra, experimentan algo parecido a un choque cultural inverso. Y existe esa cosa molesta llamada gravedad. Cuando Cristoforetti aterrizó tras su primer viaje, detalla en su libro, tomó prestado el teléfono de un colega para llamar a su pareja, Lionel Ferra, que también trabaja para la Agencia Espacial Europea. Al terminar, empezó a empujar el teléfono hacia su colega como si fuera a flotar por sí solo. Un clásico error de astronauta. Se detuvo justo a tiempo.
Bailar en gravedad cero
Cristoforetti es astronauta, ingeniera, piloto de combate y una sensación en TikTok. Su biografía en la plataforma de redes sociales lee: «Astronauta de la Agencia Espacial Europea audazmente yendo donde ningún Tiktoker ha ido antes».
Su feed de TikTok abarca desde experimentos científicos hasta curiosidades sobre la vida en el espacio. Los videos incluyen cómo usar el retrete espacial, conocimientos básicos sobre cómo flotar y vuelo hacia la aurora boreal. En un video sobre cómo beber café en el espacio, una bolsa de aluminio flota a su lado mientras en la pantalla parpadea un gráfico que dice «café, por favor» y suena de fondo la canción «Coffee Break» de Jonah Nilsson. Incorporando un poco de ciencia al video, demuestra por qué una taza normal no funciona en microgravedad y cómo su taza con aspecto de barco gravitatorio utiliza la acción capilar para guiar el líquido hacia su boca.
Cristoforetti se despide mientras su tripulación se prepara para abandonar la estación espacial. Tras un viaje de tres horas, estaba de vuelta en la Tierra. Fotografía: ESA/NASA
«Quería probar algo nuevo y asegurarme de que llegábamos al público joven. Todos me decían que estaban en TikTok», asegura. «Me dije: 'Va a ser un problema. Ni siquiera sé bailar. No estoy segura de que se pueda bailar en el espacio'». Pero lo intentó y acabó divirtiéndose mucho.
Aunque el trabajo en la estación espacial era exigente, Cristoforetti encontró otras formas de amenizar la vida en órbita. En su primera misión, la italiana por excelencia se asoció con Lavazza para llevar a bordo la primera cafetera espresso espacial, bautizada como ISSpresso. Celebró su llegada en una nave espacial de carga Dragon poniéndose un uniforme de Star Trek: Voyager. La cafetera espresso cumplía una doble función como estudio de mecánica de fluidos. Como parte de una iniciativa de Unicef, cantó el clásico de John Lennon «Imagine» desde la cúpula de la estación espacial, una de las muchas interpretaciones de personas de todo el mundo que se incluyeron en un video publicado en la Nochevieja de 2014.
Cuando está en la Tierra, Cristoforetti vive en Colonia con su pareja y sus dos hijos. Impresionado por su carácter, Böttiger la invitó a unirse al Club Rotario de Köln am Rhein entre su primera y segunda misión. «Pensé que era un buen lugar para establecer vínculos con personas que quizá quieran vivir la vida con un propósito», afirma. ¿Y a quién no le gustaría cenar con un astronauta? «Es realmente impresionante sentarse con ella a la mesa, comer y beber con ella», afirma Böttiger.
Más allá del espacio, el trabajo de Cristoforetti la ha llevado desde el fondo del océano (vivió a 19 metros bajo la superficie terrestre durante nueve días como comandante de la tripulación NEEMO 23 de la NASA) hasta los fiordos noruegos, donde participó en una expedición de campo para estudiar la geología lunar. Se trató de una práctica para algún día, dentro de poco, cuando los astronautas vuelvan a explorar la superficie lunar.
Tras haber estado en todas partes, desde las profundidades del océano hasta el espacio exterior, ¿cuál es el próximo destino de Cristoforetti? Reflexiona sobre la pregunta. «¿Iré alguna vez a Nueva Zelanda? No lo sé. Es tan lejos. Es una gran inversión de tiempo y esfuerzo. Cuando estaba en la estación espacial, sobrevolaba Nueva Zelanda todos los días. Era tan fácil, ¿verdad?», dice. «Podía mirar por la ventana y, en cierto modo, estaba allí».
«Pero, al mismo tiempo, sientes cierta curiosidad por ver cómo es allí abajo, así que, por supuesto, me encantaría ir a la Patagonia. Me encantaría ir a las montañas de Chile, todos esos lugares que te resultan tan familiares cuando estás en el espacio. Y sin embargo, están tan lejos cuando estás en la Tierra».
Este artículo fue publicado originalmente en la edición de diciembre de 2024 en la revista Rotary.