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Ciclorama: Todos los caminos conducen a Tucson para el líder de Rotary

 

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Escuché por primera vez sobre El Tour de Tucson en uno de los lugares más improbables: en un taxi acuático en Tailandia. En mayo de 2012, durante la Convención de Rotary International en Bangkok, compartía un bote fluvial con un grupo de rotarios de Arizona. Entre ellos se encontraban Ernie Montagne, un exgobernador de distrito, y su esposa, Sally, que se convertiría en gobernadora de distrito en un par de años. Ellos sabían que yo era un ávido ciclista y me contaron con entusiasmo sobre los clubes rotarios en el sur de Arizona que habían comenzado a usar el paseo anual de Tucson para recaudar fondos para la erradicación de la polio. 

Para cuando terminó nuestro viaje en ferry, había aceptado con entusiasmo unirme a ellos, y en noviembre de ese año participé por primera vez en El Tour de Tucson, un riguroso viaje de 164,1 kilómetros organizado en un paisaje de fondo de montañas, desierto y cactus. Desde entonces, he participado en este evento de ciclismo nueve veces más, faltando solo el año 2020 cuando se canceló debido a la pandemia de COVID-19. Durante esos años, mis compañeros de equipo de Rotary y yo, incluidos mis colegas de Rotary International, hemos recaudado alrededor de 61,1 millones de dólares para poner fin a la polio. El Tour, como explicaré a continuación, también fue el sitio de mis dos recorridos en bicicleta más memorables, aunque por razones muy diferentes.  

No siempre fui el ciclista apasionado que Ernie y Sally Montagne encontraron ese día en el ferry de Bangkok. Por supuesto, andar en bicicleta fue parte de mi infancia, como lo fue para la mayoría de mis amigos. En mi generación, todos crecimos en bicicletas. Las tomábamos y nos dábamos una vuelta por el vecindario. Hoy en día, eso puede parecer un arte perdido de una época pasada. 

Image credit: John Hewko

Me vienen a la mente un par de imágenes de mi infancia. Recuerdo una en la que mi hermana y yo aprendíamos a andar en bicicleta en una vereda de Detroit, donde mi padre trabajaba para General Motors. Recuerdo claramente las circunstancias detrás de otra fotografía de cuando vivíamos en Ohio: Yo tenía entonces 12 o 13 años, y mi familia había salido en bicicleta una tarde de verano en el ferry a la isla de Kelleys, en el lago Erie. Las canteras de la isla hacían que fuera divertido recorrerla en bicicleta. Y ahí estoy yo, un chico bronceado con anteojos, camiseta blanca y pantalones vaqueros (nada que ver con el atuendo de ciclista que llevo ahora), encima de una bicicleta con parachoques y, por si eso no fuera suficiente peso extra, una bomba de neumáticos de 5 kilos atada al portaequipajes trasero. Tengo una sonrisa grande y feliz. Si tuviera la oportunidad, volvería a esos días en un instante. 

Aunque de niño era un atleta, con el tiempo me fui alejando del ciclismo. En la escuela secundaria y en la universidad fui co-capitán del equipo de lacrosse. Ese era el deporte que me apasionaba. También jugué hockey y squash, pero después de graduarme me convertí en corredor para mantenerme en forma. Pero desde los 20 años padezco artritis, sobre todo en la cadera derecha, y el dolor llegó a tal punto que ya no podía correr.  

A mi esposa, Marga, no le gustaba correr. Ella prefería el ciclismo, y un día me sugirió que me uniera a ella para ver si me gustaba. Y aunque el ciclismo surgió de la necesidad de encontrar otra forma de mantenerme en forma, resultó que me encantaba este deporte, el cual es un gran ejercicio cardiovascular. Si bien fortalece los músculos y los tendones, esta actividad es más suave para las articulaciones. Y lo que es más importante, me dio algo que podía hacer junto a Marga. Pasamos mucho tiempo en bicicleta cuando viajamos a nuestra casa en Park City, Utah, o, como el verano pasado, cuando visitamos la isla de Washington en el condado de Door, Wisconsin. Solo pasear es divertido. A medida que te relajas y te concentras en el impresionante paisaje que te rodea, te pierdes en ti mismo. Esto es una de las cosas que más me gustan del ciclismo.  

Aquí en Evanston, Illinois, donde vivo y donde Rotary International tiene su sede, hay una serie de carreteras en gran parte ininterrumpidas que corren hacia el norte a lo largo del lago Michigan hacia la frontera de Wisconsin.

 

Image credit: Alyce Henson

Esta es mi ruta habitual cuando puedo dar un paseo en bicicleta después del trabajo: A 33,7 kilómetros de mi casa al suburbio de North Shore de Lake Bluff y 33,7 kilómetros de regreso. 

Cuando realmente quiero esforzarme, me uno a mi equipo de fin de semana, un grupo intenso, pero no demasiado agresivo, de abogados y ejecutivos que montan bicicletas de lujo. Cuando hace doce años me presenté por primera vez con mi bicicleta Giant de calidad media a baja, se burlaron de mí: «No, no puedes montar con nosotros en esa cosa». Me decidí adquirir una bicicleta mejor y me decidí por una Giant de alta calidad. Por lo general, viajamos en líneas de ritmo, un ciclista detrás de otro, concentrándonos en esa persona delante de ti para asegurarnos de no chocar. Mi cadera derecha y mi hombro izquierdo fueron reemplazados, así que no tengo un lado seguro para caer. 

Los beneficios de estas salidas en bicicleta van más allá de lo físico; al igual que la meditación, el ciclismo relaja el cerebro y proporciona una sensación de calma y bienestar. 

Durante el invierno monto mi bicicleta de manera estacionaria. Con una aplicación de entrenamiento en línea conectada a mi computadora portátil, pongo la rueda trasera de mi bicicleta en un puerto de acoplamiento. Puedo elegir en el ordenador todo tipo de paseos en bicicleta que simulan los reales.

Todo esto como preparación para mi gran evento de ciclismo anual: El Tour de Tucson en noviembre. Mientras viví en Washington, D.C., hice un par de grandes recorridos de 160,9 kilómetros, llamados century rides (recorridos en bicicleta centenarios), entre ellos el Civil War Century en Maryland y Pennsylvania, y el Sea Gull Century a lo largo de la costa este de Maryland. Sin embargo, el Tour ha sido mi centro de atención durante los últimos 10 años y, al menos desde el punto de vista de la resistencia y el atletismo, ha sido el escenario de dos carreras inolvidables. 

Uno nunca sabe realmente cómo será el clima de otoño durante el recorrido. En cualquier caso, siempre llevó una gran cantidad de ropa para estar preparado para un clima cálido y moderado. Llevo puestas capas de ropa para poder bajar las mangas y proteger mis brazos a medida que el día se torna más caluroso, y llevo dos botellas de agua y una bolsa llena de bocadillos, que como cada media hora para alcanzar los objetivos de energía y mantenerme hidratado.

El recorrido de 164,1 kilómetros comienza a las 7 de la mañana, y algunos años la temperatura puede ser de 7°C,  y otros de 18°C, aumentando a medida que avanza el día. Pero el recorrido de 2013 no fue nada de eso. Tucson es conocida como la ciudad del sol, pero ese año hubo mucho viento, hacía frío y llovía, tal como lo había hecho el día anterior. El agua bajaba a raudales de las montañas, y a veces había que bajarse de la bicicleta y atravesar el agua que llegaba hasta las rodillas. Los organizadores desviaron a los participantes más lentos porque el camino se había vuelto peligroso. Mi compañero de equipo, Bob McKenzie, quien ha recorrido los Estados Unidos en bicicleta varias veces, me ayudó. Fueron los 160,9 kilómetros más duros, pero el compañerismo entre ciclistas rotarios de ideas afines se mantuvo.   

 

Image credit: James S. Wood

Si bien utilizamos El Tour para recaudar fondos para la erradicación de la polio, mi objetivo personal en cada recorrido ha sido superar la marca de las cinco horas, que otorga a un corredor la clasificación de platino: De esta manera, ganas el derecho de empezar la carrera en primera línea junto a los ciclistas profesionales. Los objetivos tanto personales como para erradicar la polio se mezclaron cuando muchos rotarios entusiastas se comprometieron a duplicar o triplicar sus donaciones si alcanzaba el nivel de élite. Finalmente, en 2015, lo logré. Crucé la meta con un tiempo de cuatro horas y 55 minutos. Me bajé de la bicicleta gateando y me quedé sentado durante una hora. Y aunque estaba exhausto, me invadió una sensación de euforia.  

En 2017, me operaron de la cadera y mantenerme por debajo de las cinco horas se volvió demasiado difícil, pero no me ha faltado motivación. Los rotarios que han puesto todo su empeño en nuestra causa han completado eventos mucho más laboriosos. Minda Dentler, una de nuestras embajadoras de Rotary contra la polio y superviviente de esta enfermedad, fue la primera mujer atleta en silla de ruedas en completar con éxito el Campeonato Mundial de Triatlón Ironman (que consiste en nadar 3,8 km, pedalear 180,2 km y empujar una silla de ruedas de carreras durante 42,1 km). Estas historias de perseverancia me inspiraron durante las duras sesiones de rehabilitación postoperatoria y los largos recorridos de entrenamiento. 

El año pasado llegué a la meta con un tiempo de 5 horas 48 minutos más o menos, y pronto estaré batallando para finalizar la carrera en menos de seis horas. De todos modos, siempre tendré en cuenta que terminar esta carrera junto a mis compañeros simboliza la determinación que tiene Rotary de terminar lo que comenzamos hace más de 35 años y erradicar una enfermedad humana por segunda vez en la historia. Eso debería llevarme a la meta.   

Con la llegada de la primavera, una temporada de esperanzas rejuvenecidas, es hora de salir al aire libre, volver a subir a mi bicicleta y hacer esos paseos difíciles y alegres por la costa norte, solo y en línea con mis amigos más competitivos. Puede que no lo parezca ahora, pero el 18 de noviembre se encuentra justo al otro lado de la colina. ¡Nos vemos en Tucson! 

John Hewko es secretario general y director general de Rotary International y La Fundación Rotaria.

Este artículo fue publicado originalmente en el número de abril de 2023 de la revista Rotary.

El Tour de Tucson de este año se celebrará el sábado 18 de noviembre.