Preguntas y respuestas con Claire Chiang, oradora de la Convención de Rotary
La empresaria singapurense reflexiona sobre una vida, y un negocio, con un propósito
Era cerca de la medianoche, hora de Singapur. Claire Chiang irradiaba encanto y energía, a pesar de que acababa de regresar a casa tras pasar 68 días de viaje, visitando sus negocios en países que van desde China y Emiratos Árabes Unidos hasta las Maldivas y Japón.
Socia fundadora del Club Rotario de Suntec City, Chiang es conocida como empresaria, activista social, autora y defensora de las causas de las mujeres y los desafíos de la sostenibilidad. Ella y su marido, Ho Kwon Ping, fundaron Banyan Group, promotor y operador mundial de 76 complejos turísticos, hoteles y balnearios en 23 países.
Escucha a Claire Chiang hablar en la Convención de Rotary International que tendrá lugar del 25 al 29 de mayo en Singapur.
En el Banyan Group, Chiang es directora ejecutiva de Banyan Gallery y preside el desarrollo empresarial, el aprendizaje y el desarrollo globales de China y la Banyan Global Foundation. Tiene cargos directivos en el Mandai Nature Fund y Mandai Park Holdings y es miembro del comité asesor de la Escuela de Gestión Hotelera y Turística de la Universidad Politécnica de Hong Kong. Es presidenta del Singapore Book Council y del Shirin Fozdar Program de la Singapore Management University (Universidad de Gestión de Singapur). Su libro, Stepping Out: The Making of Chinese Entrepreneurs, cuenta las historias de los primeros inmigrantes chinos a Singapur, y se convirtió en una galardonada serie de televisión.
Chiang aceptó una invitación para participar como oradora en la Convención de Rotary International que tendrá lugar en Singapur del 25 al 29 de mayo. La revista Rotary la entrevistó mediante videollamada para obtener más información sobre su historia y lo que hace que Singapur sea especial.
Eres hija de inmigrantes chinos en Singapur. ¿En qué medida tu abuela y tu madre marcaron tu vida?
Es un privilegio haber crecido con mujeres fuertes. Mi abuela paterna emigró de la isla china de Hainan a Malasia a finales del siglo XIX para unirse a su marido como recolectora de caucho recogiendo látex de los árboles de caucho en las plantaciones. Después de la muerte de su esposo, siguió a su hijo, mi padre, a Singapur. Al igual que millones de inmigrantes, abandonaron su patria en busca de mejores oportunidades. Singapur fue ese faro de esperanza y un nuevo comienzo. Si vieras las manos ampolladas de mi abuela, pensarías que era una mujer sin educación, pero supo manejarse con ese par de manos capaces. Durante mi infancia, compartí habitación con mi abuela y me hice muy amiga de ella. Ella me enseñó mucho sobre la vida. Todavía recuerdo sus consejos sobre las citas: Primero necesitas controlar tu propia vida. Y luego eliges a la persona que amas y construyes una vida juntos. En esa época, sus ideas se consideraban progresistas.
En la década de 1950, Singapur era simplemente un puerto de aguas profundas con pocos recursos. Tenía que importar la mayor parte de sus alimentos, agua y energía. De niña, solía hacer fila para obtener agua, que estaba racionada. Mis hermanos y yo llevábamos cada uno un cubo de agua a casa para cocinar. Nuestras comidas consistían principalmente de arroz y verduras. La carne era un lujo reservado para ocasiones especiales. Pero nunca nos sentimos pobres o necesitados. Aprendimos que necesitábamos dar lo mejor de nosotros para crear valor en la vida. Esta guía y disciplina de los padres me impulsó a estudiar mucho y sobresalir en la escuela.
Mi madre nació en Malaca (Malasia), y se mudó a Singapur a fines de la década de 1930. Tuvo que dejar la escuela para vender pan en las calles y luego trabajó en una lavandería. Conoció a mi padre, que era maestro de noche y empleado de oficina de día. Mi madre crió a seis hijos aprovechando hasta el último dólar para darnos cobijo y protección.
Yo era la única hija. Aunque nací prematura, mi madre nunca se dio por vencida conmigo. Ella me mantuvo viva y me fortaleció con leche de cabra. Estoy agradecida de que fuera una madre «tigre». En una cultura donde alguna vez se consideró a las mujeres, como decía una expresión común, «como el agua desechable de un cubo» porque eventualmente se casarían, invirtió en mí muchos de nuestros recursos familiares. Ella me hizo asistir a dos escuelas en un día, una escuela china para mantener mis valores tradicionales y una escuela de inglés para asegurar mi acceso a una buena carrera. Ella me animó a tocar el piano y a tomar clases de ballet y danza china. Debido a que perdió su oportunidad de recibir una buena educación, se negó a dejar que eso me sucediera. Ella veía la educación como un salvavidas.
Mi madre sufrió un derrame cerebral cuando solo tenía 47 años. Durante los siguientes 35 años, vivió con todo tipo de dificultades médicas, incluido el cáncer de mama y la insuficiencia renal. Ella nunca se rindió. Su perseverancia y resiliencia continúan inspirándome.
En tus conferencias públicas, hablas sobre eventos que definieron tu vida. ¿Podrías compartir algunos?
El primer punto de inflexión en mi vida fue dejar mi tierra natal y mudarme a Hong Kong. Recibí mi licenciatura en sociología de la Universidad de Singapur y obtuve un trabajo enseñando ciencias del comportamiento a estudiantes de medicina en la Universidad de Hong Kong mientras trabajaba en mi maestría en sociología industrial. Durante unos cuatro años, residimos en la isla de Lamma, donde no había vehículos ni carreteras. Viví la vida de un isleño, tomando el ferry y un autobús todos los días para ir a la universidad. Ese viaje de dos horas y media me expuso a la gente local y sus culturas.
Para mi tesis, pasé tres meses en una fábrica y conocí a muchas trabajadoras, algunas de ellas de tan solo 16 años. No tenían educación formal y les pagaban poco. Organizamos grupos de estudio y les enseñé a hablar inglés. A través de mi amistad con ellas, llegué a ver la importancia de la sororidad, la colaboración y la tutoría.
Mi esposo estudió economía y trabajó como editor para la Far Eastern Economic Review. Dado que cubría Asia, viajé con él por la región. Estos viajes nos permitieron comprender las condiciones geopolíticas, preparando así el camino para nuestro negocio de hostelería más adelante. En esos días, estudiábamos el desarrollo. Analizamos las contradicciones entre el capital y el trabajo, entre las ganancias y la justicia, y la equidad entre hombres y mujeres. Creo que los sueños y el legado de la isla de Lamma en Hong Kong se incorporaron a la forma en que construimos y operamos nuestro negocio.
¿Cómo empezaste tu negocio?
Eso ocurrió por accidente. Yo llamo a eso mi segundo punto de inflexión en la vida.
De niña, me prometí no casarme nunca con un hombre de negocios. Así que me casé con un periodista, y encima un periodista pobre. Se dedicó a los negocios por causas ajenas a mí. Poco después, lo seguí y también me convertí en una mujer de negocios.
En 1987, volvimos a casa porque mi suegro, diplomático y hombre de negocios en Singapur, tuvo un derrame cerebral. Así que abandoné mi trabajo y mis estudios. No teníamos una casa propia, y anhelaba encontrar un lugar aislado que pudiéramos llamar nuestro y pasar fines de semana tranquilos y relajantes. Por eso volamos a Phuket (Tailandia) en busca de un lugar donde construir un pequeño refugio. Descubrimos un terreno que antes había sido el emplazamiento de una mina de estaño. Nos encantó la hermosa puesta de sol sobre una laguna azul y un bosque de hoja perenne de Casuarina, no sabíamos que el color de la laguna en realidad se debía a la contaminación de la mina. Eso explicaba por qué nadie quería ese pedazo de tierra. Pero fuimos bastante tontos. No hicimos las investigaciones debidas antes de comprarla.
Y hay algo que mi esposo y yo compartimos: nunca nos rendimos fácilmente. Consultamos con expertos y rehabilitamos lo que se convirtió en Laguna Phuket. Nos llevó dos años y mucho esfuerzo y dinero. Pero mantuvimos el rumbo y lo convertimos en Laguna Phuket, un resort integrado. Así que el liderazgo consiste realmente en experimentar y aprovechar las oportunidades; nuestra ignorancia inicial nos llevó a un viaje de descubrimiento que valió la pena.
¿Y tu tercer punto de inflexión en la vida?
El tercero fue desafortunado. En 1988, a los seis meses de mi embarazo de mi tercer hijo, rompí aguas temprano. Me llevaron de urgencia al hospital. El médico hizo todo lo que pudo, pero mi bebé no sobrevivió. Fue devastador. ¿Por qué me pasó esto? Tuve la tremenda sensación de que había fracasado como mujer. Me hundí en una depresión severa y me cerré. Literalmente no podía hablar con nadie. Fui a una escuela de lenguaje de señas y comencé a sanar en un mundo de silencio.
Mientras intentaba asimilar esta pérdida, me ofrecí como voluntario en SOS o Samaritans of Singapore, una línea directa que brinda apoyo emocional a las personas que enfrentan una crisis. Persuadí a los consejeros de que mi dolor podría hacerme capaz de empatizar con las personas que buscan apoyo. Trabajé en la línea directa durante cuatro años. Escuchar las historias de otras mujeres, sus luchas personales con el trauma y la violencia doméstica, también me ayudó a sanar. Poco a poco, cambié mi mentalidad de una basada en la pregunta «¿Por qué yo?» a «¿Por qué no yo?» Pude alejarme de mi yo encarcelado y abrazar el mundo una vez más. Aunque hoy sigo sintiendo el dolor, he encontrado la manera de aflojar su abrazo. Me acepté más a mí misma. Esto también marcó el comienzo de mi viaje hacia el empoderamiento de las mujeres.
¿Cómo utilizas tu negocio para ayudar a las mujeres?
Mi suegro, que fue embajador de Singapur en Tailandia, me presentó a la activista Shirin Fozdar. En la década de 1950, hizo campaña para poner fin a la poligamia en Singapur y luego se mudó a Tailandia, donde se esforzó por brindar educación a las niñas de las aldeas y ayudó a crear empleos para las mujeres. Cuando la conocí, tenía más de 80 años. Me pidió que comprara dos cojines, un tipo de artesanía tradicional muy conocida en Tailandia. Ella dijo: «Si compras estos dos cojines, puedo hacer que una niña vaya a la escuela en el norte de Tailandia». Hice un cálculo rápido: Si comprara 2000 cojines o si pudiera hacer que toda una red de personas los comprara, podría ayudar a las niñas de todo el pueblo. Fue entonces cuando empecé a ver que los negocios podían ser una fuerza para el cambio.
Ese encuentro me inspiró a iniciar la Banyan Gallery, que es una plataforma de comercialización para comercializar obras realizadas por mujeres del sector rural. Puedo eliminar a los intermediarios e ir directamente a los productores y darles su parte justa de los ingresos. Yo llamo a este concepto «capitalismo comunitario». La galería trabaja con cooperativas de pueblos y agentes de comercialización sin ánimo de lucro para crear empleo para los artesanos de las comunidades cercanas a mis empresas y contribuir así a apoyar el patrimonio cultural local. Hemos apoyado a 82 proveedores comunitarios de todo el mundo y a 127 comunidades grandes y pequeñas. Realmente, dos cojines cambiaron mi vida.
Empecé como académica, menospreciando el mundo de los negocios, y mi opinión cambió en años posteriores, cuando vi el papel positivo que podía desempeñar. En los últimos años, he notado un cambio en las discusiones comerciales. El concepto de capitalismo de partes interesadas está ganando impulso sobre el de capitalismo de accionistas. No se trata solo de crear riqueza. También se trata de crear valor para la comunidad y co-crear prosperidad compartida.
¿Cómo descubriste a Rotary?
En la escuela secundaria, formé parte de un club Interact y recuerdo haber visitado agencias comunitarias para aprender sobre lo que significa hacer el bien y apoyar a nuestras comunidades. En el año 2000, un amigo me invitó a unirme a Rotary, pero al principio fui un poco reacia porque siempre pensé que era un club para hombres ricos. Me corrigió, diciendo que es un club para empresarios y para cualquiera que quiera marcar la diferencia. Dada mi relación anterior con Rotary, decidí intentarlo con la idea de que Rotary podría ser una plataforma para hacer el bien y prosperar. Así que me convertí en socia fundadora del Club Rotario de Suntec City. Luego, me desempeñé como presidenta de nuestro club. Creo que Rotary me ha dado esa sensación de esperanza sobre un mundo mejor. Es un movimiento que busca crear mejoras. Ahí es donde sentí pertenencia y emoción. Y me siento honrada de ser parte del movimiento.
Se te ha invitado a hablar a la Convención de Rotary International de Singapur. ¿Qué esperas que los visitantes se lleven de Singapur?
Somos un lugar donde las influencias del Oriente y Occidente, del Norte y del Sur se concentran en una pequeña ciudad-estado insular. Nuestros huéspedes disfrutarán de nuestra rica y diversa comida y cultura, pero también verán el exitoso experimento de Singapur sobre cómo personas de diferentes razas y orígenes culturales viven y trabajan en armonía. Seguimos aprendiendo a equilibrar modernidad y tradiciones para lograr una mejor forma de vivir y trabajar juntos.
Este artículo fue publicado originalmente en el número de abril de 2024 de la revista Rotary
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