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El homicidio en cuarentena

Gary Slutkin, epidemiólogo que ayudó a contener la propagación del cólera y del SIDA en África, tiene una nueva (y exitosa) estrategia para detener el contagio de la violencia: tratarla como una enfermedad

Hace veintitrés años, Gary Slutkin se mudó a Chicago para tomarse un descanso. Como médico especialista en enfermedades infecciosas, había dedicado su carrera a combatir la tuberculosis en San Francisco y el cólera en campamentos de refugiados en toda África. Durante su trabajo con la Organización Mundial de la Salud, desempeñó un papel esencial en la lucha contra la epidemia del SIDA en Uganda, pero también pasó más de una década rodeado de sufrimiento y muerte. Y dice: “Estaba exhausto”.

Gary Slutkin

Ilustración de Viktor Miller Gausa

En 1995, cuando tenía 44 años, Slutkin partió de África y dejó su trabajo con la OMS para regresar a Estados Unidos a recargar energías. Sin embargo, los titulares le impedían relajarse: la violencia dominaba las noticias. “A lo largo y a lo ancho del país, pude ver que la violencia era un problema, al igual que el cólera o las enfermedades diarreicas lo fueron en Bangladesh, o el SIDA en Uganda”, nos dice. Así que comenzó a investigar la violencia de la misma manera en que, como epidemiólogo, había investigado las causas y los patrones de las enfermedades.

El pasado septiembre, Slutkin conversó de sus hallazgos durante su presentación sobre “La paz en la era de la incertidumbre”, la primera entrega de la serie de tres partes Sendas hacia la Paz patrocinada por Rotary International y la University of Chicago’s Harris School of Public Policy.

Explicó: “Si observamos la violencia por medio de mapas, tablas y gráficos, podemos ver que se comporta exactamente como todos los demás problemas epidémicos”. Y, al igual que con otros contagios, la violencia tiende a agruparse, ya que un evento conduce a otro. “¿Cómo sucede esto?”, preguntó. “Ocurre por exposición. Llegué a entender esto hace años. ¿Cuál era el mayor predictor de la violencia? La respuesta es: un acto previo de violencia”. Incluso, insistió, si la violencia es predecible, puede ser “interrumpida”.

Con esto en mente, Slutkin comenzó a investigar nuevas maneras de tratar la violencia. Puso en marcha una iniciativa, originalmente llamada “Proyecto Chicago para la prevención de la violencia”; en el año 2000, se implementó su primer programa, CeaseFire (Cese del fuego), en un vecindario de Chicago plagado de violencia. Conocido desde 2012 como Cure Violence (Curar la violencia), tiene su base en la University of Illinois at Chicago, donde Slutkin es profesor de la Facultad de Salud Pública.    

El modelo Cure Violence emplea tres componentes usados para revertir cualquier epidemia: interrumpir su transmisión; reducir el riesgo; cambiar las normas comunitarias. Los promotores del programa Cure Violence previenen la violencia al orientar a quienes están expuestos a ella en sus hogares o en la comunidad. Estos “interruptores de violencia” trabajan con personas de alto riesgo y las disuaden para que no actúen violentamente.

Donde se implementa el modelo Cure Violence, la violencia se reduce típicamente entre un 41 y un 73 por ciento en el primer año. En 2011, se documentó el éxito del programa en una película titulada The Interrupters y su impacto se siente actualmente en todo el mundo. “Estamos haciendo un esfuerzo mundial para reducir la violencia por medio de asociaciones en múltiples regiones; en particular, en América Latina, el Caribe y el Medio Oriente”, además de 25 ciudades de Estados Unidos”, dice Slutkin.  

“La salud pública ha sido responsable de algunos de los mayores logros en la historia de la humanidad. Esta se ha liberado de múltiples enfermedades, como las plagas, la lepra y la viruela. La polio está a punto de desparecer. La próxima es la violencia”.

Slutkin habló con la editora colaboradora Vanessa Glavinskas sobre su metodología innovadora, el cambio conductual, los remedios punitivos ineficaces y las maneras en que los rotarios pueden tender una mano en la lucha para curar la violencia.

P: ¿Cómo funciona el modelo Cure Violence?

R: Todas las epidemias se tratan de adentro hacia afuera. No se controlan con fuerzas externas, se controlan desde adentro. El sector sanitario orienta y capacita en el uso de métodos específicos para saber cómo detectar, cómo interrumpir, cómo persuadir y cómo modificar una conducta; cómo documentar el trabajo, y cómo cambiar las estrategias locales cuando estas no están dando resultados. Las epidemias se controlan a través de la colaboración de grupos comunitarios, departamentos de salud y otros servicios. Esto funciona una y otra vez.

Los rotarios están familiarizados con el control de enfermedades por su trabajo en la erradicación de la polio. Para vacunar a los niños, los trabajadores sanitarios van de puerta en puerta en las comunidades y hablan con los padres acerca de la importancia de la vacuna. Lo más importante que tienen estos trabajadores sanitarios es la confianza. 

De esta manera se controló el cólera cuando yo estaba trabajando en Somalia. Para llegar a los pacientes tuberculosos vietnamitas y camboyanos, y a sus familias, contamos con promotores vietnamitas y camboyanos. Así es como esto realmente funciona. Sin embargo, Estados Unidos usa una modalidad punitiva para tratar muchas cosas que son problemas de salud. 

Los rotarios están comprometidos a promover la paz en el mundo. Para implementar el modelo sanitario Cure Violence, es necesario que alguien de la comunidad tome la iniciativa. El primer paso podría ser inscribirte en un seminario web de Cure Violence para nuevas comunidades en cureviolence.org/webinar.

P: ¿Por qué el castigo no da buenos resultados? 

R: La conducta no se forma, no se mantiene ni se cambia con el castigo. Se forma por medio del ejemplo y la imitación. Se mantiene por medio de normas sociales. La gente se preocupa más por lo que piensan sus amistades que por lo que les diga alguna autoridad. El sentido de pertenencia no es solo algo lindo: es una manera de sobrevivir. Esa idea de la zanahoria colgada de un palo ni siquiera funciona para los burros. Es un modo muy primitivo de pensar.

P: ¿Qué está haciendo para cambiar la manera en que el público piensa sobre la violencia?

R: El público aún tiene una óptica ideológica y punitiva de algo que, en realidad, es un problema sanitario epidémico y científico. Capacitamos a los trabajadores sanitarios para que se hagan escuchar. En este momento, es un sector punitivo el que explica la violencia. Necesitamos dejar de usar palabras alarmantes, como “criminal” y “pandilla” (todos esos términos que atribuyen un carácter diabólico), y comenzar a usar palabras del sector sanitario, como “conducta”, “transmisible”, “interrupción” y “divulgación”. Pienso que la percepción pública cambiará si se cambia el lenguaje.

P: ¿Cómo logra que la gente vea la violencia como un problema de salud pública? 

R: Discutir una narrativa ya establecida no funciona. La ciencia nos dice lo mismo. El cerebro está configurado de manera que la gente se apega a sus ideas. Pero la buena noticia es que todo el mundo tiene una noción de la salud y, aunque no sepa exactamente qué hace la salud pública, entiende qué es el contagio. Todos entienden que las epidemias pueden revertirse. Si seguimos hablando de esta manera, todos tienen un espacio en el cerebro para un nuevo grupo de ideas. Entonces, debemos desarrollar la capacidad de mirar a una persona (no solo a la que está en el hospital, sino también a aquella que cometió el acto violento) y verla como a alguien que ha sido expuesto muchas veces a la violencia. El cerebro capta [tendencias violentas] de igual manera que los pulmones captan la gripe o los intestinos captan el cólera. Necesitamos exponernos a la idea científica de que la persona que está siendo violenta está reaccionando a esa exposición. 

P: El “interruptor de violencia” es un trabajador sanitario singular. ¿Cómo surgió este rol?

R: Durante cinco años, no pusimos a ninguna persona sobre el terreno. Nos dedicamos a crear una estrategia: tratamos de determinar qué sería aceptable y qué tipo de trabajadores se necesitarían. Comenzamos con trabajadores para la divulgación. Pero esos trabajadores tenían demasiadas cosas que hacer. Estaban ayudando a impedir la violencia. Era un trabajo de emergencia que debía hacerse a las 9 de la noche, a las 10 de la noche, a la medianoche, a las 2 de la madrugada, a las 4 de la mañana. Estaban haciendo todo ese trabajo de emergencia y también tratando de hablarle a la gente y de ayudarle a regresar a la escuela, poner en orden su vida familiar o conseguir algún tipo de empleo. Al hablar con los trabajadores, especialmente con dos de ellos, Chip y Tony, quienes se convirtieron en los dos primeros interruptores, decidimos que debíamos formar dos categorías distintas de trabajadores. Unos para la fase aguda [interruptores de violencia] y otros con una función a largo plazo, de manera que ambos trabajos se hicieran bien. 

P: Durante esos cinco años, ¿tuvo los fondos necesarios o estaba solo desarrollando una teoría?

R: Comencé sin fondos, como lo he hecho antes en otras ocasiones, pero luego conseguí suficientes fondos para mantener a un trabajador. Después llegamos a ser alrededor de tres trabajadores y persuadimos a la Fundación Robert Wood Johnson para que probara nuestra nueva estrategia. Ellos ayudaron a fortalecer la esencia del trabajo. Entonces, una senadora de Illinois, Lisa Madigan, quien llegó a ser fiscal general de Illinois, peleó por esto. Ella dijo: “Debemos probarlo. Para mí, tiene sentido”. Así que nos consiguió los primeros fondos. Yo le dije: “Senadora Madigan, ¿quiere que probemos esto en su vecindario?”. Y su respuesta fue: “Usted sabe mejor que yo quién lo necesita más”. Así que comenzamos en el barrio de Chicago que más lo necesitaba: West Garfield Park. Y, en ese primer año, la violencia se redujo en un 67 por ciento. Pasamos de tener 43 tiroteos y homicidios a solo 14. Fue casi inmediato. Las madres hacían picnics en sus jardines y los niños jugaban en la calle. Estaban usando un parque que nunca nadie había usado. Fue maravilloso.

P: ¿Por qué funcionó tan rápidamente?

R: Porque se hizo de adentro hacia afuera. Esto es lo que hacemos con la salud pública. Contratamos a quienes tienen acceso y  credibilidad, y son dignos de confianza. Hablamos con la gente sobre aquello que es para su propio beneficio. La capacitamos muy bien. El cambio conductual es primordial para la salud pública. Hacemos cambios conductuales todo el tiempo: la conducta sexual, el hábito de fumar, el consumo de drogas, el hábito de lavarse las manos, los hábitos de higiene. Eso es exactamente lo que hacemos.

P: ¿Quiénes serían aptos para trabajar como interruptores de violencia? ¿Y cuán arriesgado es el trabajo?

R: Las personas más adecuadas son aquellas que, en el pasado, solían estar involucradas en situaciones de violencia y que conocen muy bien a la gente del vecindario; especialmente, aquellos a los que queremos llegar en el vecindario: los tiradores. Por eso, es más adecuado para quienes los conocen y en quienes ellos pueden confiar. Ha habido muy pocas lesiones. Creo que ha habido tres durante los 17 años en Chicago, los 12 años en Baltimore y los casi 10 años en Nueva York. Muchos le dirán que se sienten más seguros que antes de ser trabajadores, ya que todos saben qué están haciendo y quiénes son. Son respetados y valorados.

P: ¿Qué piensa de la serie de tiroteos masivos que hemos visto últimamente?

R: Casi todos estos tiroteos estuvieron precedidos por señales de advertencia que deberían haber llegado al sector de la salud pública. No hay nada de malo en que se llame a los agentes del orden público; pero, con frecuencia, estos no puedan hacer nada porque nada ha sucedido. Si no tienen a quien atrapar, no hay nada que puedan hacer aparte de observar. Como el tirador del club nocturno de Orlando: el FBI lo había estado observando. Pero eso es como observar a alguien que se está enfermando y no intervenir. Uno de nuestros trabajadores podría ayudar a alguien a cambiar el curso de los hechos. Es muy parecido al trabajo básico que hacemos en las calles. La madre llama porque su hijo está cargando armas en el sótano. No quiere llamar a la policía. No sabe qué hacer. Está desesperada. Entonces, ¿qué hace en este caso? Llama a un interruptor que llega, calma al sujeto y le ayuda a ver que lo que iba a hacer no tiene sentido. Sigue trabajando con él por meses y no sucede nada. No hay tiroteo.

P: Entonces, ¿debe la gente llamar a un interruptor o a la policía?

R: Podría llamar a ambos. Sin embargo, se debe tener esta opción de dejar entrar. Cuando hay interruptores en un vecindario, ellos recogen información. Hasta podría no ser necesario llamarlos, porque ellos escuchan de otras personas de la escuela que este joven fue expulsado y están preocupados por lo enojado que está. Eso es suficiente para tratar de controlarlo. Le preguntamos: “¿Cómo estás?”. Y él contesta: “No es asunto tuyo”. Nosotros: “¿Qué pasa?”. Y él contesta: “Nada que te importe; no quiero hablar contigo”. Nosotros: “Bueno, aquí estaré”. Y nos quedamos un ratito, prestamos atención, quizás traemos a alguien con quien el joven tiene una mejor relación, pero se convierte en un contacto sobre el que tenemos cierta responsabilidad. Hacemos esto todo el tiempo: nos comunicamos con quienes tienen VIH o sífilis o tuberculosis. Hablamos con gente que no necesariamente quiere hablar con nosotros, pero nuestro trabajo es asegurarnos de que nada malo suceda con la salud o la seguridad del vecindario. Ya sea que se trate de un tiroteo masivo o de un tiroteo en el vecindario, o de una plaga o lepra o gripe aviar o Ébola, cuando uno cuenta con estos trabajadores, las cosas mejoran en lugar de empeorar.

P: A pesar de su éxito, Cure Violence tiene sus críticos. ¿Por qué?

R: Esta es una teoría relativamente nueva. Debe superar un cambio generacional para que la gente la vea correctamente. La gente no quería creer que el cólera se transmitía por el agua: pensaba que se encontraba en el aire. Se pensaba que la gente con lepra o con una plaga era gente mala; no se tenía conocimiento de los microorganismos invisibles. A su vez, ahora tenemos el apoyo de USAID, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Fundación UBS Optimus, la Fundación Robert Wood Johnson, y de muchos concejales y alcaldes. Hay un gran interés en realmente terminar con el problema en lugar de vivir con él.      

P: ¿Qué pueden hacer los rotarios para promover el programa Cure Violence?

R: Deberían hablar con los líderes municipales, con organizaciones filantrópicas y con el sector empresarial, y estos deberían introducir o ayudar a implementar el plan Cure Violence donde sea necesario. El método de Cure Violence da resultados muy rápidos. Un vez que se pone en marcha, una vez que todos los trabajadores son contratados y capacitados, la disminución de la violencia normalmente ocurre en un par de meses y por lo general en forma muy notable. Podrá llevar un tiempo hasta que el gobierno decide aplicarlo, pero una vez que todos están en las calles y se contrata y capacita a las personas correctas, el cambio ocurre muy rápidamente. 

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